En 2020, el Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW), un tratado crucial de derechos humanos para las mujeres, emitió una condena contra España por su falta de diligencia en la protección de los derechos de una mujer y su hija, especialmente a lo referente a la atención obstétrica de calidad y libre de violencia (Castrillo, 2020). El Comité recibió el informe de la mujer (N.A.E.), que se presentó en un hospital público en Donostia, España, a las 38 semanas de gestación después de que se produjera la amniorrexis (rotura de la bolsa de agua). El hospital no respetó el período protocolario de espera de 24 horas y, sin proporcionarle información sobre las alternativas disponibles, procedió a inducir el parto prematuramente sin su consentimiento. Durante su estancia, N.A.E. experimentó múltiples tactos vaginales y no se le permitió comer. Luego, sin justificación médica, fue sometida a una cesárea en la cual tuvo los brazos atados, y en la que su esposo no pudo asistir. La cesárea fue realizada por un grupo de médicos internos residentes en formación supervisados por tutores, sin el consentimiento previo de N.A.E. Este caso es uno de los miles que han sufrido y sufren hoy en día muchas mujeres en nuestro país. No es extraño que alguien de nuestro círculo de amigos o amigas y familiares hayan sufrido esta violencia encubierta, e incluso no hayan expresado ningún tipo de abuso debido a la normalización que existe en nuestra sociedad, llegando a desacreditar continuamente los testimonios de cada una de las mujeres que ha pasado por el embarazo.
La violencia obstétrica se refiere a situaciones en las que las mujeres experimentan abuso, maltrato, falta de respeto o discriminación durante el proceso de atención médica relacionado con el embarazo, el parto y el posparto (Silva MG et al., 2014). Esto puede incluir procedimientos innecesarios, falta de información adecuada, falta de consentimiento informado, trato deshumanizado o cualquier forma de violencia física o verbal, como por ejemplo episiotomías sin consentimiento, intervenciones dolorosas sin anestésicos, obligar a parir en una determinada posición o proveer una medicación excesiva e innecesaria que podría generar complicaciones graves. Además se puede dar violencia psicológica, como dar un trato infantil, paternalista, autoritario, despectivo, humillantes a través de insultos verbales y tratando de despersonalizar a la paciente (Araujo-Cuauro JC, 2019).
Quizás este concepto no sea tan manifiesto como otros tipos de violencias ejercidas hacia las mujeres, sin embargo se trata de un viejo problema que se ha transformado en un concepto novedoso. Por lo que, estamos hablando de una violencia estructural e institucional que emana de una cultura patriarcal que ha afectado al ámbito médico, que conlleva a que se proporcione, por parte del ámbito sanitario, un trato deshumanizador, el abuso de medicamentos y patologización de los procesos naturales del parto, provocando la falta de autonomía y la capacidad de decidir libremente sobre sus cuerpos y su propia sexualidad, dando lugar a un impacto negativo en su calidad de vida (LLobera et al., 2017).
Algunos estudios muestran que la violencia ejercida en el parto puede ser provocada por el síndrome de burnout que existe en los/las profesionales del parto (Pintado-Cucarella et al., 2015). Entre las causas de esta violencia podemos encontrar la normas culturales y de género que desvalorizan a las mujeres o se les niega su autonomía, la falta de conciencia de las madres sobre este tipo de violencia que da lugar a que no denuncien, la carga de trabajo y/o los pocos recursos de los sanitarios, los estereotipos y prejuicios de género que pueden influir en la forma en que se trata a las mujeres durante el parto y el embarazo, la desinformación que tienen los/las profesionales de la salud que les lleva a no saber identificar ni gestionar las prácticas del parto (García, 2018). Todo esto conlleva que en lugar de actuar ante esta violencia que se ejerce sobre las mujeres, los sanitarios y sanitarias critican la terminología de violencia obstétrica, ya que la palabra “violencia” se considera una contradicción a la labor que tienen ellos de cuidar y curar a sus pacientes.
La normalización de este tipo de violencia impide que se cuestionen estas experiencias, lo que permite que la práctica médica continúe influyendo en la creación de una actitud de conformidad ante estas situaciones. Esto lleva a una aceptación silenciosa por parte de muchas mujeres de este enfoque de salud, que se deriva de un paradigma social más arraigado. Este paradigma social crea una imagen distorsionada de los procesos fisiológicos de las mujeres, considerándolos como patológicos y fuera de control, lo que, a su vez, refuerza la necesidad de atención médica constante. Por ello, es importante promover espacios donde se facilite una comunicación abierta, permitiendo el intercambio de opiniones y perspectivas. En este sentido, sería beneficioso establecer un plan de parto que garantice la plena autonomía de las mujeres. Además, es esencial destacar la necesidad de hacer visible la violencia de género en el entorno médico, promover investigaciones relacionadas con la violencia obstétrica y llevar a cabo intervenciones que fortalezcan la independencia de los pacientes.
Desde la perspectiva psicológica se puede intervenir en esta problemática a las madres a través del apoyo emocional, terapia individual o de pareja, sesiones de sensibilización, técnicas terapéuticas centradas en el trauma, fomentar la autoaceptación y técnicas de afrontamiento para abordar el impacto psicológico de esa experiencia con profesionales de la salud mental. Además, es fundamental trabajar con profesionales de la medicina, mediante la educación continua, sesiones de sensibilización, entrenamiento de una comunicación empática, revisión de protocolos, apoyo psicológica para profesionales y la colaboración entre profesionales de la salud, psicólogos y trabajadores sociales para abordar integralmente el impacto emocional de la violencia obstétrica en las mujeres y sus familias.
En definitiva, reconocer la presencia de la violencia obstétrica en nuestro sistema de atención médica es fundamental para ofrecer, tanto a las futuras como recientes madres, una atención digna, respetuosa y segura por parte de del ámbito sanitario, empezando por cambiar las políticas para que aboguen por los derechos humanos de todas las madres, además del reconocimiento social de las mujeres que han sufrido este abuso. Por ello es necesario ofrecer una visibilidad activista de esta problemática a la sociedad para que así se respeten y tomen conciencia de la negligencia que se lleva ejerciendo durante siglos a las mujeres en el momento del embarazo, en el parto y post-parto.
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Bibliografia
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[Tesis doctoral]. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid.
- Castellano, M. Delia, C. (2023). ¿Existe la violencia obstétrica?. Cadernos Ibero-Americanos de Direito Sanitário, Brasília, 12 (1), 36-52, jan./mar.- Cabral, S. Perez, D. (2019) Violencia Obstétrica: producción científica de psicólogos sobre el tema. Ecos V 9, n 2.- González Zabaleta, J. A., & Suarez Caro, G. A. (2017). Violencia obstétrica por parte del personal de salud revisión sistemática. Instituto de Salud Pública.
- Jojoa-Tobar, E., Cuchumbe-Sánchez, Y. D., Ledesma-Rengifo, J. B., Muñoz-Mosquera, M. C., Campo, A. M. P., & Suarez-Bravo, J. P. (2019). Violencia obstétrica: haciendo visible lo invisible. Revista de la Universidad Industrial de Santander. Salud, 51(2), 135-146.
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- Araujo-Cuauro, J. C. (2019). Obstetric violence: a hidden dehumanizing practice, exercised by medical care personnel. Is it a public health and human rights problem?. Rev Mex Med Forense, (4), 1–11.- Pintado-Cucarella, S. Penagos-Corzo, J. C. Casas-Arellano, M. A. (2015) Síndrome de desgaste profesional en médicos y recepción de la violencia obstétrica. GinecolObstet Mex..
- García, E. (2018). La violencia obstétrica como violencia de género. Doctoral dissertation, Universidad Autónoma de Madrid.
Cristina Recio Martín - Psicóloga. Colaboradora de Latour Psicología
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